Mad Max: distopía y perfección

Sí, la saga perfecta existe, y una de las más evidentes es la de Mad Max. Perfecta no significa que esté compuesta exclusivamente por films libres de mácula, o que todas estén siempre a un nivel alto o incluso excelso.

Sí, la saga perfecta existe, y una de las más evidentes es la de Mad Max. Perfecta no significa que esté compuesta exclusivamente por films libres de mácula, o que todas estén siempre a un nivel alto o incluso excelso. Perfecta es que, incluso en sus momentos más bajos, sea capaz de ofrecer algo que expande lo que hemos visto en dicha saga y ofrece algo, como mínimo, apreciable. Y no hay mejor muestra de ello que los mundos post-apocalípticos a los que ha dado vida George Miller. 

Y vamos a ver, película a película, como lo logró.

Los orígenes

George Miller, antes de comenzar su carrera como cineasta, estuvo estudiando medicina en la Universidad en Universidad de Nueva Gales del Sur y llegó a ejercer como tal durante un tiempo en Urgencias. Su experiencia le hizo fijarse en los distintos tipos de lesiones y heridas que nunca veía reflejados en el cine, lo que unido a los múltiples accidentes de coches que presenció en su juventud en Queensland, entre los cuales perdió a varios amigos siendo adolescentes, empezaron a germinar la idea de una película violenta automovilística que reflejase todos estos peligros con realismo.

Acabando su residencia, Miller atendió a un taller de cine en la Universidad de Melbourne donde conoció a Byron Kennedy, con quien formaría una futura sociedad en forma de la productora Kennedy Miller, que ambos lideraron hasta la muerte de Kennedy en 1983 (la productora acabó manteniendo el nombre en su honor). En este periodo empezó a trabajar en diversos cortos experimentales, destacando su primer trabajo Violence in Cinema: Part 1 donde, como su nombre indica, quería plasmar y reflexionar sobre la violencia que se mostraba en el cine. Con este ímpetu en mente, el director y el productor se prepararon para dar forma a su primer largometraje.

Parte 1: Es un loco, loco mundo

Miller se juntó con otro inexperto en la escritura de guiones, James McCausland, para poder sacar adelante su visión: un relato de violencia dura y automovilística centrada en un futuro distópico, un escenario que haría más fácil de asumir las escenas violentas por parte del público. Partiendo de la crisis petrolera de 1973, establecieron la estructura básica para una historia de venganza de un policía en un mundo enajenado y autodestructivo, plasmados en la figura villanesca del Jinete Nocturno.

La búsqueda de financiación no fue fácil, pero se logró conseguir lo necesario para poder sacar el proyecto y sin tener que buscar un actor americano para ayudar a dar alcance a la película. En su apuesta por el talento local, y tras la negativa de James Healey, se apostó por un joven e inexperto Mel Gibson, que mostraba la talla y presencia necesarias para ser Max Rockatansky. Tras un trabajo titánico para conseguir los coches y motos que figuran en la película, se inició un “rodaje de guerrilla” donde tenían que rodar prácticamente sin autorización, aunque siempre con un control de seguridad para prevenir cualquier accidente en las (múltiples) secuencias peligrosas.

Y resulta sorprendente que no muchos salieran heridos de esta producción, ya que muchas de las secuencias resultan especialmente crudas y realistas. Aún quedaban para las altas cotas de posteriores películas, pero la acción de Salvajes de autopista sigue mostrándose impactante más de cuarenta años después. También resulta impactante por el buen trabajo a la hora de establecer, con pocas pinceladas (aunque un notable flashback) la tragedia del protagonista, sus motivaciones y su carácter determinado. A pesar de la inexperiencia de los guionistas a la hora de escribir, perfilan con mucho acierto las claves emocionales de la historia y las satisfacen hábilmente.

Estéticamente resulta la más singular y alejada del resto de cintas de Mad Max, y aunque poco se anticipa del infinito desierto que no tardaría más de una película en llegar, sienta con acierto el funcionamiento de la sociedad distópica. La sumisión a la locura, una pasión enajenada por los motores, que veneran con casi tanto fervor como a los líderes de pandillas, y el héroe que rechaza serlo hasta que no se ve en otra circunstancia. La construcción de mundo ya resulta impecable, y no haría sino crecer con cada cinta.

Porque tenía que haber más películas. A pesar de la polarización de las críticas, la película resultó un notable éxito recaudando más de 100 millones de dólares en todo el mundo. En relación a su presupuesto de 400.000 dólares, fue el récord Guiness de película más rentable de la historia. Atropellando con una fuerza atronadora.

Parte 2: Un hombre puede marcar la diferencia

Miller no le faltaron ofertas de Hollywood: desde dirigir Rambo a una película de rock and roll llamada Roxanne. Pero finalmente lo que le intrigó fue la posibilidad de una secuela con un presupuesto diez veces mayor que le permitiera compensar algunas de las limitaciones de la primera que dejaron descontento al director. Con el dinero en el bolsillo, e influencias de Akira Kurosawa y Raíces profundas, se puso en marcha El guerrero de la carretera.

El proceso de escritura fue rápido, compartiendo labor esta vez con Terry Hayes -que realizó la novelización de Mad Max-, hasta el punto que entre el comienzo de escribir el guion hasta el estreno en cines pasó un año. La fuerza de Miller y esta saga es que realmente la historia o el argumento no cambian más que en detalles aparentes, lo que se preserva es el espíritu y el corazón de la historia: Max rechazado ser un héroe hasta que ese pequeño resquicio de humanidad no puede resistirse y ayuda a los necesitados del ataque de los villanos fanatistas.

Pero, aunque repita el esqueleto de la historia, Miller nunca hace la misma película dos veces. Siempre encuentra una nueva y refrescante manera de contarla, y aquí la manera es mediante una profunda expansión del mundo que estableció en la primera película y cambiando la venganza por la supervivencia, marcada por una secuencia de huida cuya planificación y ejecución es absolutamente brillante. Fácil contendiente a una de las mejores secuencias de acción de los ochenta. Pero a nivel emocional resulta otro triunfo al apostar del todo por esa perspectiva humanista de que un hombre puede marcar la diferencia en un mundo desolado, una constante en cada película.

La mayor contribución de El guerrero de la carretera a la saga es, sin duda, su estética. El mundo arenoso, el establecimiento de los clanes y sus jerarquías mediante sus looks visuales, el aspecto cambiado de Max. No sólo sentó la base visual que seguirían el resto de películas, sino que ha marcado visualmente a muchas de las formas de arte que han planteado distopías post-apocalípticas (que sería de la saga Fallout sin esta película). Miller tiene la increíble habilidad de hacerlo completamente realista al mismo tiempo que disparatado al extremo, gracias también a la ayuda del director de fotografía Dean Semler, que hace su primera colaboración en el universo Mad Max.

Esos pequeños cambios (en lo visual y en la historia), que en realidad hacen un mundo de diferencia, unidos a un poderío arrollador en la dirección y un particular sentido para la acción, propulsaron a esta secuela a superar con creces a su predecesor. La crítica esta vez sí se rindió a ella. Comenricalmente en Australia recaudó el doble que la original, en Estados Unidos consiguió unos importantes 23 millones de dólares, aunque incomporables con la primera al no haber sido estrenada en el país (de ahí que la promoción allí en aquella época no hiciera mención alguna al personaje principal ni a Mel Gibson). Pero lo más importante es que fue una película que inspiró a James Cameron para hacer The Terminator.Advertisement

Parte 3: Dos entran, uno sale

Tras el éxito de Mad Max 2, Miller va saltando con unos cuantos pasos laterales: hace un par de miniseries, The Dismissal Cowra: La frontera, y dirige uno de los segmentos para la película de La Dimensión Desconocida, En los límites de la realidad (el remake del episodio Pesadilla en las alturas). Su próximo paso iba a ser una adaptación particular de El señor de las moscas, pero al no conseguir sacarla adelante, la transformó en la nueva secuela de Mad Max.

Pero un duro golpe azotó la producción y destrozó al director emocionalmente. Byron Kennedy, su compañero de producción, murió en un accidente de helicóptero mientras estudiaba localizaciones para la película. Miller se encontró prácticamente sin motivación ninguna para afrontar la película ante semejante catástrofe. Consiguió sacar fuerzas para poder hacer la película en honor de Kennedy, pero tuvo que pedir ayuda a George Ogilvie, quien había ejercido de director en The Dismissal, para compartir tareas de dirección. 

Según se cuenta, Miller se encargó de las escenas de acción y Ogilvie del resto. Quizá esa disyuntiva es la que parte un poco a Más allá de la cúpula del trueno, la más irregular de la saga, que encuentra mucha fuerza al inicio y especialmente en todo lo que involucra la mencionada cúpula del trueno, y pierde más pie en su emulación de El señor de las moscas. Pero eso no resta el valor de lo que aporta a la franquicia, siendo una película en sí misma apreciable y disfrutable (si esto es lo peor que te puede dar una franquicia, te puedes dar con un canto en los dientes). De nuevo, plasma la maleabilidad del universo Mad Max, al modificar con más o menos acierto lo que en principio iba a ser una historia diferente y lograr encajarlo en el mundo distópico.

Y, de nuevo, realza la idea de que las películas de Mad Max repiten esquema, pero nunca son la misma película. Los villanos siguen siendo (deliciosamente) exagerados, Max mantiene su pelea interna como héroe y otro grupo necesita desesperadamente su ayuda. Pero el tono de fantasía infantil en la segunda mitad marca una diferencia notable, aunque sin despegarse del post-apocalipsis, e incluso la acción encuentra nuevas vías de expresión y nuevas ideas, quedándose en la memoria el impresionante duelo en la cúpula.

El éxito fue más moderado. La crítica no reaccionó en contra, pero tenía claro que estábamos ante el punto más bajo de la trilogía. Las cifras en taquilla fueron aceptables, con 36 millones en Norteamerica, superando al Guerrero de la carretera pero palideciendo debido al presupuesto de 12 millones invertidos en esta película.Advertisement

Parte 4: ¡Qué hermoso día!

Miller decidió entonces que lo mejor era distanciarse un tiempo del universo que había creado. Tras algunas experiencias insatisfactorias con Hollywood (Las brujas de Eastwick y su despido de Contact) y algunos proyectos por los que sentía pasión (El aceite de la vida y las dos películas de El Cerdito Babe), le volvió a perseguir la idea de una cuarta película en 1998, tres años después de recuperar los derechos. En un vuelo de Los Ángeles a Australia se le ocurrió la idea en la que los violentos merodeadores ya no iban a luchar por gasolina o bienes, sino por personas.

El proyecto acabó en “development hell” durante años: la tragedia del 11 de Septiembre puso el freno a la producción, Miller lo puso en pausa para poder centrarse en Happy Feet (una experiencia que llevó a pensar en hacer Mad Max 4 una película animada), Mel Gibson fue cancelado por primera vez tras sus arrebatos antisemitas y misóginos, además de sus problemas con el alcohol, lo que obligó a reemplazarlo en el papel, la climatología en el desierto australiano destrozó las localizaciones y obligó a cancelar el rodaje, y Miller volvió a desviar su atención a Happy Feet 2.

No fue hasta 2011 donde la cosa empezó de nuevo a rodar. Tom Hardy entró como reemplazo de Gibson como Max, se incorporó a Charlize Theron y a varios rostros jóvenes y relativamente desconocidos como las esposas, en el periodo de 2011–2012 se empezó a producir Furia en la carretera. El proceso fue duro, como se ha revelado en varias historias orales, pero fue un triunfo gracias a que Miller es uno de esos genios que tiene claro en su cabeza lo que quiere hacer. Aunque parezca arriesgado y destinado al fracaso, él es quien ve claro que su nueva forma de narrar no sólo va a funcionar, sino que va a ser una revolución del cine de acción.

Ya antes incluso de tener un guion, Miller se pasó años trabajando en el storyboard, imaginando cómo se iba a armar visualmente la película, la cual tenía claro que iba a ser una continua persecución, con poco diálogo y casi todo explicado visualmente. Desde el comienzo la peli es un torbellino y nunca pisa el freno (que no es lo mismo que no tener momentos íntimos o de desarrollo) y su carácter de rebelión sienta la base para hacer a Furia en la carretera diferente del resto de películas a pesar de que, como hemos dicho, el esquema argumental sea el mismo.

Para evidenciar la evolución visual, una de las aportaciones más marcadas de esta película a la saga, Miller le dio carta blanca al director de fotografía John Seale, que salió de su retiro para unirse a este proyecto, para estilizar al máximo la imagen y expandir el rango de colores. Su look visual es único y muy trabajado, aprovechando también las posibilidades digitales y CGI para manipular aún más la imagen. Se aprecia en los cambios realizados en los cielos y también en esa escena noctura que fue rodada en pleno día, sólo que sobreexponiendo y manipulando los colores. La peli nunca deja de lucir BONITA.

Pero además de bonita, es un impecable ejercicio de narración. Seale explicó que Miller le insistió en que los actores estuvieran siempre en el centro de la imagen para que, cuando realizase ese montaje acelerado, el ojo del espectador no se perdiera intentando buscar a los personajes. Hasta ese punto tenía pensado este “western sobre ruedas”. La película es un impecable ejercicio a la hora de pensar y rodar la acción, de cómo editarla con muchos cortes pero sin que se distraiga al espectador de lo que está sucediendo, y de cómo contar una historia desde lo visual y sin tener que dejar mascadito los arcos emocionales de los personajes o el mensaje.

Es una película que aprovecha al máximo cada uno de los 200 millones de su presupuesto. Aunque este alto (y justificado) coste hicieron que la compensación en taquilla no fuera descomunal. Consiguió cifras récords en todos los países, empezando por los 153,6 millones en Estados Unidos y terminando con 374,7 millones en todo el mundo. Pero la mayor muestra de su éxito es ver cómo su culto no ha parado de crecer, cómo la crítica se rindió a ella y cómo hasta los Oscar se vieron obligados a rendirse ante ella con 6 galardones (la que más de aquella noche) tras no haber sido nominada con ninguna de sus otras películas.

El futuro: Furiosa y The Wasteland

Miller asegura que tras el proceso de escribir Furia en la carretera tenían material para otros dos guiones. Uno de ellos fue precisamente los orígenes de Imperator Furiosa, condensados en un guion que se le proporcionó a Charlize Theron para que pudiera trabajar el personaje. Un guion que ahora mismo va a ser el siguiente proyecto del director una vez termine de hacer su película actual, Three Thousand Years of Longing. Al ser una historia de origen, se está buscando trabajar con una actriz más joven, sonando fuerte los nombres de Anya Taylor-Joy y Jodie Comer.

¿Y Max Rockatansky? Hardy asegura que tiene firmado para hacer tres películas más (aunque esta es una práctica habitual en el sistema de estudios) y Miller tiene una idea con el título provisional de The Wasteland. No obstante, parece que esta tendrá que esperar hasta que salga el spin-off de Furiosa. Probablemente tras todo este tiempo a Miller se le ocurrirá otro nuevo enfoque para su universo post-apocalíptico, como siempre hace. Y aunque Furia en la carretera da la sensación de cierre perfecto para la saga Mad Max, si Miller cree que hay todavía más que contar, hay que tener confianza ciega en él. Hasta ahora no ha fallado.

Fuente: Hipersónica