
Grupo Mediatres dialogó con el escritor e integrante de la Asociación Civil de Trabajadores del Arte, Mariano Marquevich, ppara conocer más detalles sobre el proyecto.
Se apagó la aguja que durante más de medio siglo marcó el compás de la moda mundial. Giorgio Armani murió en Milán a los 91 años, y con él se va mucho más que un diseñador: se va el alquimista que convirtió la sobriedad en revolución.
NEWS05 de septiembre de 2025El adiós al hombre que reinventó la elegancia
El “rey Giorgio”, como lo llamaban en Italia, nunca necesitó coronas ni estridencias. Su corona era esa tela caída con precisión quirúrgica, ese traje desestructurado que liberó al cuerpo femenino de la rigidez del poder masculino. Armani fue el único capaz de poner a la mujer en la primera fila de la elegancia sin pedirle que imitara al hombre. Le dio libertad, movimiento, deseo. Inventó un estilo que hizo del minimalismo una declaración política: menos lentejuela, más poder.
El legado de Armani no se mide solo en colecciones ni en millones de euros. Se mide en escenas grabadas en la memoria cultural del planeta. Richard Gere en American Gigolo bajando la persiana y eligiendo traje tras traje, Cate Blanchett caminando como si hubiese nacido para llevar un esmoquin, las alfombras rojas donde sus siluetas eran siempre imbatibles. Si la moda es un lenguaje, Armani fue el diccionario completo: sobrio, refinado y eterno.
Pero su genio no fue solo estético, también fue empresarial. Fundó un imperio que llevó el “Made in Italy” a cada rincón del planeta. Mientras otros diseñadores se perdían en la extravagancia o el escándalo, Armani construyó un estilo coherente, reconocible y durable. Nunca necesitó gritar: le alcanzó con susurros de lino y seda.
Lo fascinante de Armani es que nunca perdió el pulso del tiempo. En los ochenta fue el traje masculino sin corbata que dominó Wall Street; en los noventa, la sensualidad sin artificios; en los 2000, el uniforme de la alfombra roja; en los últimos años, la sostenibilidad y el slow fashion cuando todavía eran palabras extrañas en el mainstream. Su vigencia fue la prueba de que la elegancia no caduca.
El mundo lo despide con homenajes, pero hay algo que no se dice lo suficiente: Armani fue también un hombre profundamente humano. Trabajó hasta sus últimos días, no porque no supiera parar, sino porque entendía que la moda era un oficio de amor. Rodeado de su pareja, de sus colaboradores y de su familia extendida en los talleres, Armani murió como vivió: con discreción, con sobriedad, con estilo.
Hoy, mientras Italia abre una capilla ardiente en su teatro y el resto del mundo comparte recuerdos, conviene entender lo que realmente significa su partida. Armani fue el último de los gigantes de una era donde la moda todavía tenía héroes. Un hombre que supo hacer de la tela un relato y de la costura, un manifiesto.
Se murió el diseñador que hasta el diablo esperaría en sala de espera para que le ajuste el traje. Porque si hay alguien capaz de vestir al mismísimo infierno con clase, ese fue Giorgio Armani. Y ahora que ya no está, queda claro: la elegancia, sin él, quedó huérfana.
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